Siempre me han cautivado las mujeres con moños, colas, tocados, pelos pegados a la cabeza, a las orejas, gomas o pinzas sujetando o estirando trenzas y mechones, apartando para dejar ver cuellos y narices, pieles y carmín.
Cuando conocí a mi mujer abusé pictóricamente de ella infinidad de veces. Tenía, y todavía tiene, un cuello largísimo, unos ojos enormes y una nariz prominente. Estaba hecha de puntas por todos lados, huesos largos y secos y superficies interminables de carne adosada al esqueleto con gracia y violencia a la vez.
Cuando conocí a mi mujer abusé pictóricamente de ella infinidad de veces. Tenía, y todavía tiene, un cuello largísimo, unos ojos enormes y una nariz prominente. Estaba hecha de puntas por todos lados, huesos largos y secos y superficies interminables de carne adosada al esqueleto con gracia y violencia a la vez.
Pinté infinidad de retratos suyos, muchos vendidos o perdidos, pero éste es uno de los mejores y más antiguos que seguimos conservando en casa.
Es también una loca del moscatel (y de mis sombreros).