En este cuadro, abotargado hasta la obsesión de retorcidas pendientes rojas y verdes vejigas, se adivina en el centro el pueblo de Castell de Castells, entre pétreas montañas azuladas transidas de húmeda calina.
Cerca de este lugar se encuentra una de las viñas más impresionantes de la zona, aunque abandonada como tantas otras. Una viña desparramada en minúsculas pendientes a la sombra de unas carrascas enormes, dos cepas por aquí, tres más allá. La tierra es blanca calcárea y parece vertida como ceniza fosilizada sobre un travertino nacarado.
Este es el segundo cuadro que Isabel tiene en su casa.