Por suerte Gasparino es un hombre de recursos. Empapado de desilusión, se largó a buscar un sustituto digno, uno que tuviéramos pendiente y precediera al tokaji seis puttonyos que había traído yo para acompañar un poco de gorgonzola. Al ver el Calvario, empecé a olvidar el Gaja, que tanta ilusión nos hacía probar. Este rioja ya lo habíamos catado hacía unos meses, pero nosotros somos de la opinión de que para valorar un vino debes verle el culo a la botella, darle más tiempo, tener una conversación prolongada con la copa y el oxígeno. Resultó en todo momento un vino cremoso y masticable que olia a frambuesa, arándanos y violetas, envolvente como una fina seda dejada caer sobre los párpados amoratados.
Mis párpados quieren esa deliciosa terapia... además de que me lo prometiste.
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