Esta mañana la oftalmóloga me ha dicho que ya no me queda líquido desparramado dentro del ojo, y que la mala visión se debe a la cicatriz que me ha quedado.
Y he recordado un texto de las memorias de Balthus...
Por eso la angustia, la inquietud que leo en mis fotos antiguas no es más que miedo de no poder alcanzar la belleza, de no tener tiempo suficiente para ello. No me da miedo la muerte ni la agonía; lo que me da miedo es que me llegue cuando estoy trabajando, su llegada inoportuna, deteniendo todo lo que tiene vocación de volver, las estaciones, los climas, los ciclos de toda la naturaleza, la luz. Sobre todo la luz. Por las mañanas, cuando voy al estudio, ese miedo se apodera de mí, ese anhelo de luz, porque ella es mi interlocutora, no hay un día igual a otro, es cambiante como la vida, como el viento. Es la necesidad del pintor, lo que le permite llegar a su meta. Por ese motivo es un oficio trágico, sometido a la fatalidad de la luz. Porque con lo que pasa y se escurre no puedes perder el tiempo, debes atrapar siempre la verdad percibida intuitivamente.
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