Mi padre acostumbraba a proteger con velas antipájaros algunas filas de la viña. Recuerdo hace unos años (cuando se instaló la familia de perdices que todavía merodea por aquí) tener que ir a rescatarlas, padre, madre y una considerable y escandalosa prole, de debajo de esa casi invisible trampa cuadriculada y verde. Desde entonces prefiero que coman todo lo que les dé la gana y no abandonen nunca mi viñedo.
La foto es de Laura.
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