Llega un momento en el cuadro en el que las líneas parecen un continuo venir desde algún remoto lugar y dirigirse violentamente hasta encontrarse unas con otras, sin provocar ruido al chocar, sin levantar polvo, simplemente acoplándose entre si y trazando una especie de espirales que giran hasta la extenuación.
Los terrenos en pendiente abancalados, las viñas y los caminos, todo parece formar parte de ese temblor. De repente, es como si de un calambrazo empezara a fluir la tinta y a enredarse como una culebra lastimada salpicando de veneno en todas direcciones...
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