Durante mucho tiempo he buscado que el azul emergiera de la tierra, que aflorara como una primavera acuosa tiznándolo todo de ese irreal betún. Curiosamente el color de la vida y el más alejado a la naturaleza. Para mí, el azul siempre ha sido el color de la destruccíon, o mejor, de lo acabado e irresoluble pero sin esa carga dramática que impone el rojo. Esas células incontroladas que todos llevamos dentro.
No me daba cuenta de que lo que en el terrroir se encuentra es la obra transformada de ese azul por las manos de un viticultor, la mezcla depositada convenientemente donde es más provechosa, la veladura ideal.
Debí mirar arriba...
No hay comentarios:
Publicar un comentario