Este es uno de esos cuadros que parecen pasados por un filtro, velado en tonos amarillentos, verdosos y ocres. Cuando se está pintando determinados paisajes, querer "ver" demasiadas cosas constituye un problema y querer desarrollarlas en el tiempo de un lienzo, (ese ojo enfocador del que lo mira), puede resultar una cadena interminable de anécdotas. Para los miopes que trabajamos encima del bastidor es un verdadero martirio estar continuamente escrutando cada rincón de la tela a ver si algo se ha escapado indeseablemente o alejado del color y la forma que debería tener. Los contínuos cambios a los que se somete el cuadro te obligan a tenerlo todo en cuenta, a tenerlo constantemente en la retina con memoria que somos los pintores.Sólo cuando después fotografío la obra y me acerco y recorro ese tiempo desde fuera, consigo "ver" esos pequeños detalles.
El cuadro está en casa de mi amigo Cipo.
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