El otro día volví a pasar por una de esas carreteras comarcales que tanto me gustan, donde se encuentran a cada instante pequeñas sendas o caminos vecinales que, iniciándose en el mismo asfalto, finalizan en alguna casita vieja o junto a un bancal de viña. Íbamos con unos amigos que apenas conocían la zona y les sorprendió y encantó lo cercano al mar que están muchos de esos lugares, la altura a la que se está, tan cerca de esa enorme masa de agua, el vacío de humanidad que se encuentra en determinados sitios a pleno mediodía. Callados en el coche, a cada pocos kilómetros repetían asombrados: “me gusta esto”, como si estuvieran catando el paisaje.
Me pregunto si lo que ve la gente en estos lugares es la verdadera belleza que poseen, dura e incómoda hasta para ser pintada, difícil, seria e inacabada. Me gustaría que algo de todo esto, desde la pura materialidad del lenguaje, penetrara en la retina del observador como una salpicadura venenosa y cegadora dejando en éste la traducción más fiel de lo que han visto desde mi manera de "verlo".
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