Mi padre siempre ha tenido una especial destreza con las plumillas. Un trazo delicado, sensible y modulado aunque según él, mi abuelo (que pintó cerámica y luego abanicos toda su vida) lo superaba. A la entrada de casa, sobre un margen y sin apenas tierra donde crecer, tenemos una olivera desparramada encima de las piedras, retorcida varias veces sobre su eje y a punto de caer sobre el camino. Una anécdota dramática que no pasa desapercibida para un pintor. Porque mi padre también es pintor, y si algo nos ha transmitido desde que éramos unos mocosos ha sido precisamente esa visión de las cosas desde los “ojos” de la pintura, desde la posibilidad de convertirse en algo más que una recreación.
El otro día bajo este árbol vimos una serpiente azul oscuro casi negro, bastante grande, deslizarse a toda velocidad entre los tomillos de mi mujer. Por suerte, no se le ocurrió cruzar hacia unas cepas de syrah que tenemos al otro lado del camino, no quiero pensar lo que hubiera podido pasar si a la culebra le da por pasearse entre ellas...
El otro día bajo este árbol vimos una serpiente azul oscuro casi negro, bastante grande, deslizarse a toda velocidad entre los tomillos de mi mujer. Por suerte, no se le ocurrió cruzar hacia unas cepas de syrah que tenemos al otro lado del camino, no quiero pensar lo que hubiera podido pasar si a la culebra le da por pasearse entre ellas...
El dibujo es de mi padre.
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