Cuando vi llegar a Juan con sus burbujitas bajo el brazo, supe que aquello iba a salir bien. Y cuando entre esas botellas había un adictivo André Clouet, la cosa no podía fallar... Quizá uno de los secretos de su paella sea la combinación grasa-aire y reconcentrada liturgia, creada en torno a nuestro heterodoxo plato. Una paella que resulta casi crepitante, aromática y ahumada como el champagne degollado para la ocasión.
Nos levantamos de la mesa a eso de las ocho, felices y sintiéndonos peores personas y mejores amigos.
En la foto falta una botellita de cremant ¿no? Fueron siete para cinco, ¡viva la Guardia Civil! Pasamos un buen día, la verdad, y no me sentí mala persona en absoluto ;)
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