Sólo hubo una decisión importante en mi vida. Elegí el pincel y no la azada.
A veces siento que me equivoqué...

miércoles, 26 de enero de 2011

En Xaló el once de febrero...


Buscando la viña.

Circulares alambres te conducen sobre serpentinas plateadas y moradas yemas hasta un profundo socavón en la materia. Levantado del suelo unos pocos metros, por encima de nuestras cabezas, se escucha el zumbar siniestro y frío del viento marino y el martilleante golpetear de los sarmientos al cruzar y partirse en el anciano espacio. Unas viejas, arrastradas y suplicantes cepas, a punto de desaparecer entre la maleza y el poco ciudado. Un desmedido y juvenil vigor las conserva todavía en el reino de las copas, entre el aroma de las viñas. Perforadas por la enfermedad, devoradas por los insectos, algunas desaparecerán con un leve movimiento, dejarán de latir y, simplemente, caerán sin hacer ruido. No sufrirán injertos, ni goteos, ni transfusiones, ni desapegos. Sólo perderemos nosotros; perderemos las viñas.
Paletadas de tierra turbia sepultan y emborronan el horizonte, manchas homogéneas que rellenan y restauran los agujeritos ciegos. Poco a poco va desapareciendo la jugosa y robusta entraña diseminada sobre la piedra caliza. Tierra de sucias ovejas y devoradas piedras, de blancos estridentes y perturbados huesos trabados entre cristales expuestos a la radiante superficie.
Mientras, continuamos preguntándonos por la inanidad de esas cenizas congeladas en la eternidad y las amarillentas agujas dejan de arañar el espacio.
Y quisiera desaparecer en el reino de lo blanco en el que estás, pisando la cáscara plateada y mirando a lo lejos el azul de la mar.
Cuando todo se ha vuelto verde, la lucha ha terminado.

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