Sólo hubo una decisión importante en mi vida. Elegí el pincel y no la azada.
A veces siento que me equivoqué...

viernes, 9 de enero de 2009

Marnes

Carecer de memoria te habitúa a no trazar planes. Y no es que los recuerdos sirvan para trazarlos, no soy de los que confunden lo que se quiere con lo que se desea, pero de alguna manera y casi por obligación tiendo a prever lo imprescindible más que lo útil. Cuando salgo al campo a buscar viñas (porque literalmente es eso lo que hago), lo único que preciso es tener tiempo y actitud. Para un pintor cualquier día no vale, cualquier hora no es buena. La actitud tiene que ver con esa capacidad devoradora de escudriñar el paisaje buscando la forma de fijarlo en el tiempo.

Uno de esos días encontré esta viña, justo al final del asfalto de una carretera comarcal a unos trescientos metros de altura y con una orientación sur-este, plantada toda ella de giró (garnacha) y algo de moscatel romano. Lo más curioso es que en el último bancal hay unas jóvenes cepas plantadas (ya injertadas) sin tutor y muy cercanas unas de otras, apenas un metro de distancia y con unos frutales en los extremos. En fin, una maravilla para los ojos y las manos...Desconozco el pie de esas viñas, puede que sea 161.

Me obsesiona el tema del portainjertos elegido y cómo afecta al comportamiento de la planta en terrenos con mucha caliza, humedad y unas piedras que atrapan el calor diurno del verano y lo van soltando poco a poco por la noche. Ésto la moscatel sabe hacerlo a la perfección.

El cuadro lo tengo en casa y no será la última vez que lo pinte.

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