Cuando la sombra del marco de la ventana apareció sobre las cortinas era entre las siete y las ocho y entonces me encontré de nuevo a compás, oyendo el reloj. Era el del abuelo y cuando padre me lo dio, dijo: Quentin, te doy el mausoleo de toda esperanza y deseo; es más que penosamente posible que lo uses para conseguir el reducto absurdum de toda experiencia humana, lo que no satisfará tus necesidades individuales más de lo que satisfizo las suyas o las de su padre. Te lo doy no para que recuerdes el tiempo, sino para que consigas olvidarlo de vez en cuando durante un momento y no malgastes todo tu aliento intentando someterlo. Porque ninguna batalla se gana, jamás, como decía. Ni tan siquiera se libran. Sólo el campo de batalla revela al hombre su propia locura y desesperación, y la victoria es ilusión de filósofos e idiotas.
William Faulkner, El ruido y la furia.
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