Sólo hubo una decisión importante en mi vida. Elegí el pincel y no la azada.
A veces siento que me equivoqué...

jueves, 29 de enero de 2009

Pixo




Todavía desde el camino pueden verse los cañizos en casa de Pixo, en un lateral del riu-rau donde tenía la caldera para escaldar la uva antes de solearla. Pepe, -que así se llamaba- era un tipo curioso, tímido, retraído, humilde hasta la molestia, meticuloso en el campo, exquisito en los detalles o como mi madre resumía: “fino”, que en mi casa es lo más distinguido que se puede ser, y “saludador”; allá donde estuviera en su viña, mimetizado entre sus cepas, te veía y hacía un gesto con el brazo apoyado sobre la azada arreglándose el pañuelo de la cabeza. En verano llevaba unos pantalones demasiado cortos que enseñaban sus delgaduchas y fibrosas canillas y al final de éstas, las cintas de las caretas y los cinco amontonados dedos renegrido
s. Todos los días regaba con medio pozal de agua las dalias para su hijo, a quién se las llevaba una vez por semana. Nunca le vi titubear y menos improvisar, no se guiaba por el instinto, le sobraba práctica, destreza y experiencia. Creo que ese era el secreto en su viña, sabía cómo hacer las cosas porque conocía lo que eran, entendía esas cepas como plantas que daban flores aromáticas, intensas y expresivas, capaces de atraer aromas minerales del subsuelo: esqueletos y médulas fósiles que tanto abundan en nuestros suelos y que quizá le recordaran a su hijo.

1 comentario:

  1. .... todos deberíamos tener un poco de "Pixos",.... buena gente!!!!

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